HISTORIA



Historia

   A metros de la orilla de la costa, en Punta Lara, rodeado de árboles y emplazado en la solitaria llanura se recorta la figura imponente de un Palacio.
   ¿Cómo llego a estar ubicado en este lugar? ¿Quiénes y para qué decidieron su construcción tan alejada de los centros urbanos? ¿Qué devenir histórico sufrió para llegar a su estado actual, convertido en depósito de escombros y cercado con alambre de púa por peligro de derrumbe?
   Resolver estos interrogantes nos acercan hasta los terrenos del análisis de las políticas de estado que decidieron no ocuparse durante décadas de este sitio, constituyéndolo en un ejemplar del abandono y la decadencia del patrimonio histórico de los argentinos.

   Corría la década de 1880 cuando Luís Castell, un millonario integrante de la aristocracia porteña y posterior fundador de la localidad de Villa Elisa, adquiere tierras que van desde el Parque Pereyra hasta las márgenes del Río de La Plata, estableciéndose como propietario de la Estancia Punta Lara.
  Inspirado por diferentes bocetos e imágenes europeas, reclutados en sus viajes, durante décadas, se decide la construcción del Palacio en 1907, terminándolo en 1910 en pleno apogeo del Centenario de la Patria.
   La estructura del Palacio, aún hoy a pesar de su marcado deterioro, conserva un remoto esplendor. Columnas palaciegas con detallados sobre relieves, dos escaleras monumentales en la entrada, arcadas, finos detalles de categoría y paredes, que a pesar de estar descascaradas mantienen un destacado color blanco.
   Es meritorio rescatar la figura de Matin Taylor, como un pionero en la idea de concebir al paraje desolado de Punta Lara como un posible destino turístico. Fue por su iniciativa que tramito ante los gobiernos provinciales y nacionales, entre los años 1918 y 1922 la concesión de un frente de 1200 metros de playa, a la altura del Km 52, en lo que hoy podemos llamar Punta Lara vieja.
   Su propósito se materializo cuando el 12 de abril de 1922 termino la construcción de un hotel y el 9 de abril de 1923 inauguro el balneario con la presencia del ex Gobernador Monteverde. Sin embargo sus ideas se vieron truncadas cuando una gran inundación barrio con los proyectos e ideales, que comprendían hasta un servicio de transporte diario de colectivos hasta la zona, con el fin de promover el miniturismo.

  Transcurridos dos años de estos primerizos intentos de urbanización, la monumental edificación fue adquirida por el rematador uruguayo Francisco Piria con el propósito de insistir en la idea de transformar la zona en un importante balneario, como ya lo había realizado con la ciudad de Piriápolis en Uruguay.
   Con su llegada, Piria introdujo algunos cambios en el Palacio. Las habitaciones del primer piso se revistieron con madera tallada por artistas uruguayos. También emplazó el salón de los Espejos, ubicado en la sala central de la casa decorado con finos espejos biselados.
Del mismo modo se dedico a preparar los terrenos de lo que el consideraba que debía ser el mejor balneario de ambas orillas del Río de La Plata. Para ello  diseño y costeo la construcción de 70 km de caminos, estaciones ferroviarias, más de veinte puentes sobre arroyos y el arbolado de los nuevos caminos Alsina y Libertad, para convertir toda la orilla del río en un verdadero parque arbolado simétrico. Al tiempo que proyectaba la urbanización completa de la ribera en todo el frente de su establecimiento.
  La estadía palaciega de Piria se extendió hasta los años ‘30, cuando cansado de recorrer los despachos de la Casa de Gobierno, con su bastón y el clásico rancho de paja, no encontró eco en los hombres de gobierno de la época, quienes tal vez imbuidos de un falso nacionalismo, al ser un ciudadano extranjero quién presentaba un vasto plan de progreso, rechazaron las ideas de transformación de la zona ribereña de Punta Lara.
Debido a estás desavenencias con el gobierno provincial, el inversor extranjero decidió abandonar su ambicioso proyecto turístico para las costas bonaerenses de Punta Lara, dejando para siempre, su nombre marcado a fuego entre los lugareños, que desde entonces reconocen a la construcción como el Palacio Piria.

   En 1947, el palacio y las 141 hectáreas que lo rodean, pasaron a manos del gobierno provincial por donación de la familia Piria, para uso residencial de los gobernadores. Pero, finalmente, este destino no se concretó.
   Fue destinado al Instituto de Minoridad de la Provincia, quien estableció allí un lugar para chicos huérfanos, quienes vivieron durante más de tres décadas. Estos jóvenes establecieron vínculos con los vecinos del Palacio, quienes empezaron a reconocerlos como los chicos del Piria.
   La actividad de orfanato siguió en el lugar hasta mediados de la década del 70, cuando una sucesión de hechos graves, no del todo esclarecidos, motivó el traslado de los menores a otras dependencias, dejando al Palacio nuevamente solo con una custodia presencial.
Mas adelante hubo intentos de reactivación, que determinaron otorgarles permiso para su uso a instituciones como el Club Defensores de Cámbaceres y el Club de Abuelos de Piria, quienes lo emplearon como sede, durante poco menos de dos años.

   Las novedades de las últimas décadas referidas al mantenimiento del inmueble por parte del Estado han sido mínimas.  En cambio crecen las notas periodísticas acerca de su deterioro y las declaraciones de proyectos que no terminan de ser meras expresiones de deseos.
   Actualmente figura como Monumento Histórico y forma parte del patrimonio cultural de la provincia de Buenos Aires. Según lo afirma la ley 12.955 del año 2002, sin ningún correlato con la realidad de quien ose visitarlo entre pastizales y animales sueltos.
   Sin embargo cien años más tarde, en el 2010, se plantea un proyecto de reconstrucción y restauración, encarado por el Restaurador Jorge Greifenstein que procura poner en valor al edificio en vinculación con un futuro crecimiento de la costa, y cuyo último fin es el de otorgar orgullo e identidad ciudadana a la región.
   Develar el recorrido histórico del Palacio como institución nos ayuda a comprender su actual estado, y nos revela la ausencia de una tradición histórica entre los pobladores de la zona y el edificio palaciego.
  Es interesante pensar al Palacio integrado en una cultura rioplatense que englobe y preserve los valores que den una identificación propia a la región, y donde el Palacio Castell-Piria puede erigirse como un faro cultural por su importante legado histórico.

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